Una infancia libre de etiquetas: clave para un desarrollo sano

Por Dra. [Elizabeth Guzmán]

En mi experiencia clínica, he atendido a cientos de niños cuyas conductas preocupaban a padres y maestros. Algunos eran inquietos, otros reservados; unos agresivos, otros distraídos. Pero lo que más me alarma no es su comportamiento, sino cómo se les define: “ese niño es malcriado”, “ella es vaga”, “es un caso perdido”, “tiene la cabeza en otra parte”. Estas etiquetas, aunque comunes, son profundamente dañinas. Limitar a un niño a una palabra o a una conducta puntual no solo simplifica su complejidad, sino que marca su desarrollo emocional, social y cognitivo.

¿Qué son las etiquetas?

Las etiquetas son juicios o calificativos que se imponen sobre los niños, muchas veces de forma inconsciente. Pueden ser negativas (“peleón”, “difícil”, “tremendo”), o incluso aparentemente positivas (“inteligente”, “líder”, “angelito”), pero ambas limitan el abanico de posibilidades de quién puede llegar a ser el niño.

¿Por qué etiquetar daña?

  • Moldea la autoimagen del niño. Si a un niño le repiten constantemente que es “lento” o “problemático”, empezará a creerlo y a comportarse en consecuencia, reforzando ese patrón.

  • Condiciona las expectativas. Padres y docentes tratan al niño según la etiqueta, limitando oportunidades de crecimiento. Un niño llamado “flojo” raramente recibirá tareas desafiantes o confianza en su capacidad.

  • Afecta la autoestima y la motivación. Las etiquetas negativas erosionan la confianza, y las positivas excesivas generan miedo a fracasar o no cumplir expectativas.

  • Impide el análisis profundo. Detrás de cada conducta hay una historia. ¿Ese niño que agrede en el aula? Tal vez vive violencia en casa. ¿La niña que no participa? Quizás se siente ignorada o avergonzada.

Etiquetar no es diagnosticar

Es fundamental diferenciar entre etiquetas sociales y diagnósticos clínicos fundamentados. Un diagnóstico bien realizado permite intervenir adecuadamente. Pero decirle a un niño que “es autista”, “hiperactivo” o “tiene un trastorno” sin evaluación médica ni seguimiento responsable, solo estigmatiza y confunde.

¿Qué podemos hacer como adultos?

  • Describir en lugar de calificar. En vez de decir “eres desobediente”, podemos decir: “cuando no recoges tus juguetes después de jugar, se vuelve difícil mantener el orden”.

  • Observar con empatía. Preguntarnos qué hay detrás de esa conducta. ¿Está buscando atención? ¿Está frustrado? ¿Se siente solo?

  • Fomentar el diálogo. Hablar con los niños sobre lo que sienten y piensan. Validar sus emociones y brindar herramientas para manejarlas.

  • Ser conscientes de nuestras palabras. Lo que decimos, especialmente durante la infancia, deja huellas profundas.

Conclusión

Los niños no nacen con etiquetas: se las imponemos. Una infancia libre de juicios les permite crecer con libertad, desarrollar su potencial y construir una identidad sana. Como pediatras, padres y educadores, tenemos la responsabilidad de acompañar, no de encasillar. De guiar, no de sentenciar.

Liberemos a la infancia de etiquetas, y estaremos sembrando adultos más seguros, empáticos y resilientes.


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